miércoles, 30 de julio de 2014

EN EL SANTO ARA DE IGNACIO




Todos los años cuando llega el 31 de  julio, santo ara de Ignacio de Loyola, dedico el artículo a este gran hombre, al que debo haber tenido  un camino en la vida, para mí el más inspirador en mi seguimiento de Jesús. Y en Jesús está la presencia cercana y entrañable de Dios.
Siempre me ha emocionado, al leer la vida de Ignacio, su decisión en seguir adelante a pesar de las dificultades que le salieron al paso, desde aquellos momentos en que descubrió a Jesús y se propuso seguirlo hasta las últimas consecuencias.
No es que yo haya sido en esto un gran discípulo suyo, quizás el  peor, pero intentando imitarle en lo  poco que hice, siento que la vida valió la pena.
“¡Qué mal anda el Paraguay, lo estamos destrozando!”, pero eso no me hace decaer. Todo lo contrario, me  llena de esperanza. Y me crezco en la lucha. Un regalo que Ignacio, alguna vez me hizo, y que lo conservo como su rica herencia.
Un  amigo, Chirico,  está a punto de perder la vida por estar en  una huelga de hambre, al no tener  otro modo de defender lo que en conciencia cree que es justo. Otros están presos y son inocentes. Varios miles de personas inundadas están sufriendo demasiado por el abandono de quienes debieran como gobernantes de ayudarles. Inclusive los quieren llevar lejos, como objetos inútiles porque son pobres. Donde vivió Jesús, mis hermanos mayores judíos están destrozando centenares de vidas. Y no hay nadie que  los pare. Todos  los días aparecen en Asunción indígenas o campesinos huyendo del hambre, de la soja, expulsados de sus tierras.
Como un compañero de Ignacio, el fiel seguidor del Dios de Jesús, reacciono por ellos soñando y haciendo campañas, luchas, planes, denuncias  y grupos, que podamos con alegría  y defender la humanidad destrozada en tantos hermanos lejanos o cercanos.

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