viernes, 22 de noviembre de 2013

LAS ASPIRACIONES MÁS PROFUNDAS DEL PUEBLO



Los políticos piensan en cómo convencer  al Pueblo  en las campañas para obtener votos.
En ocasiones son risibles sus ofrecimientos: prometen hasta  hacer un puente donde no hay río. Prometen todo, aunque su poder sea limitado. Los más sensatos buscan asesores que les acerquen más a la realidad. Pero, siempre con el deseo secreto, en ocasiones no lo saben disimular, de manipularnos.
Jesús de Nazaret centró su predicación en el Reino de Dios. No para obtener fieles que, en lenguaje  moderno,  “llenaran los bancos de la iglesia”. Sino para prestarle desinteresadamente la ayuda que más necesitaba su Pueblo.
Y esto no era nada nuevo. Desde la salida de Egipto el Pueblo judío consideraba a Dios como su “libertador”, como su “pastor” y su “padre”.
¿Por qué esta   insistencia hacia la divinidad? Sencillamente porque Dios es amor.
Aquel Pueblo del tiempo  de Jesús sufría tanto como hoy el nuestro. Existía  un imperio, el romano que,  como todos los imperios, vivía  oprimiendo. 
Había “políticos” vendidos al imperio. Había funcionarios públicos que les robaban.
Y, para que no faltara nada, hasta existían ricos  terratenientes que expulsaban a  los campesinos de sus  tierras y se quedaban con ellas.
Todo como hoy ocurre.
Jesús respondió entonces, y quiso que también  hoy respondiéramos sus seguidores, a las aspiraciones más profundas del Pueblo: tener lo necesario para vivir con felicidad, ser libre para  ser el protagonista de su vida, sentirse  protegido por una justicia que sea justa etc., etc.
Desgraciadamente, nada de todo esto hacen los “amos” del Paraguay ni las  autoridades,  son  nuestros servidores.
Por eso no deben  admirarse de que  los cristianos, además del motivo de humanidad que tenemos todos, por la fe en Dios todavía nos sintamos más obligados a exigir a nuestras autoridades a que cumplan sus deberes de verdadero servicio al Pueblo.
Algunas ya se dieron cuenta y comenzaron a tenernos miedo.

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