miércoles, 21 de abril de 2010

COMENTARIO A LA CARTA DE HANS KÜNG POR EL TEÓLOGO ESPAÑOL XABIER PIKAZA TITULADO “UNA IGLESIA HERIDA”


He presentado anteayer la carta que Hans Küng, antiguo colega de Benedicto XVI, ha querido dirigir a los obispos del mundo, poniendo de relieve las limitaciones de la política eclesial del Papa, y animándoles, de algún modo, a tomar las redes de la Iglesia, para realizar así la revolución pendiente del Vaticano II. En ese contexto ha destacado las Diez Ocasiones Desaprovechadas de este Papa y ha ofrecido Seis Propuestas de resistencia y renovación, que han tenido cierto eco en la prensa mundial, que las ha interpretado en parte como expresión de un problema personal entre H. Küng y J. Ratzinger.


Tras estudiar con cierta detención el caso, he pensado que no merece la pena terciar directamente en la polémica, pues hay en la Iglesia cuestiones más graves, como he venido señalando en este blog. Entre mis valoraciones del problema quiero recodar sólo dos, a modo de ejemplo:


a. Una reflexión sobre Los Problemas de la Humanidad, a partir del Discurso de Benedicto XVI al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (11. 01. 10; cf. http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2010/01/31/p262341#more262341%29. Allí valoraba los 16 grandes problemas de la humanidad actual, mirados desde la Iglesia, conforme a la visión del Papa.


b. Una presentación de un libro famoso de A. Rosmini (1797- 1855), titulado Las Cinco llagas de la Santa Iglesia (del 11. 02. 09). Ha sido precisamente Benedicto XVI quien retiró la condena que pesaba sobre Rosmini, haciéndole beato. Éstas eran, a su juicio, ya entonces, las llagas de la iglesia:


La primera llaga era la separación entre el pueblo cristiano y el clero

(2) La segunda llaga era la insuficiente formación cultural y espiritual del clero

(3) La tercera llaga es la desunión de los obispos entre si y de los obispos con el clero y con el papa.

(4) La cuarta llaga es la injerencia política en el nombramiento y actuación de los obispos

(5) La quinta y última llaga es para Rosmini la riqueza de la Iglesia.


Partiendo de eso, quiero ofrecer hoy y el próximo lunes una valoración de los “problemas” de la Iglesia actual y unas propuestas de actuación, que tienen como referencia la Carta de H. Küng, pero que se separan en muchas cosas de ella, como verá quien siga leyendo. Hoy me ocupo de los problemas. El próximo día ofrecerá las propuestas. Buen fin de semana a todos.
La carta y los diez problemas (ocasiones desaprovechadas) del Papa según H. Küng:
No es una carta al Papa, sino a los obispos, por un hombre que parece ponerse en el lugar del Papa, para hablar casi como papa (¿anti-papa?) a los obispos. No todos estarán de acuerdo con este tono. Quizá H. Küng podía haber tomado otra actitud, dirigiéndose como cristiano a los cristianos, sin querer dar lecciones a los obispos que el Papa ha nombrado. Ésas son a su juicio las diez ocasiones desaprovechadas del Papa Ratzinger, diez problemas de la Iglesia


1. Se ha desperdiciado la oportunidad de un entendimiento perdurable con los judíos.

2. Se ha desperdiciado la oportunidad de un diálogo en confianza con los musulmanes.

3. Se ha desperdiciado la oportunidad de la reconciliación con los pueblos nativos colonizados de Latinoamérica.

4. Se ha desperdiciado la oportunidad de ayudar a los pueblos africanos en la lucha contra la superpoblación

5. Se ha desperdiciado la oportunidad de concluir la paz con las ciencias modernas

6. Se ha desperdiciado la oportunidad de que también el Vaticano haga, finalmente, del espíritu del Concilio Vaticano II la brújula de la Iglesia católica.

7. Benedicto XVI ha readmitido sin condiciones en la Iglesia a los obispos de la Hermandad Sacerdotal San Pío X.

8. Apoya con todos los medios la misa medieval tridentina y él mismo celebra ocasionalmente la eucaristía en latín y de espaldas a los fieles.

9. No lleva a efecto el entendimiento con la Iglesia anglicana.

10. Ha reforzado los poderes eclesiales contrarios al concilio con el nombramiento de altos cargos anticonciliares (en la Secretaría de Estado y en la Congregación para la Liturgia, entre otros).
Siete grandes problemas. Una opinión personal
Es evidente que el Papa no tiene la culpa de todos los problemas de los que le acusa H. Küng. Sin duda, él podía haber hecho las cosas de forma distinta, pero no hubiera resuelto esos problemas que, por otra parte, no parecen los problemas y retos principales de la Iglesia actual.
Los problemas de la Iglesia actual en sí misma y en su misión en el mundo son mucho más complejos de lo que supone H. Küng, mucho más profundos, de manera que no se solucionan con unas cambios más bien superficiales de estructura y administración como él supone. Esos problemas están marcados por un cambio de “era” (de kairós), como quizá no ha existido hasta ahora, pero, a mi juicio, ellos pueden y deben compararse a los problemas que había en Palestina y en el mundo en el momento en que Jesús comenzó su ministerio diciendo “el tiempo se ha cumplido, llega al Reino”.
Jesús ofreció unas respuestas radicales y abrió y camino nuevo, por el que le mataron. No se ocupó en primer lugar de la Iglesia, sino “del mundo”, es decir, de los problemas de la humanidad de su entorno, que fueron sus problemas. En esa línea podemos y debemos decir que los problemas de las Iglesia no son los suyos (¡ella no puede mirarse hacia su ombligo, como si fuera el ómphalos del mundo!), sino los de la sociedad, es decir, los del hombre y el mundo.
Desde ese fondo quiero ofrecer este lista Problemas de la Iglesia, que son los problemas del ser humano (varones y mujer, personas y grupos) a cuyo servicio ella ha de ponerse:
1. El primer problema de la iglesia son los “pobres del mundo”, a los que Jesús vino a evangelizar (anunciar la buena noticia), según Lc 4, 18-19 y Mt 11, 2-4. Quizá Hans Küng no lo ha valorado de manera suficiente, no ha empezado fijándose en la injusticia estructural y personal que domina sobre el mundo y destruye a las personas. Éste es el primer problema, un tipo de “materialismo” (adoración de la Mamona, como dice Mt 6, 24 par).
Se trata de “vencer a la Mamona”, de no dejar que un tipo de Capital que no Dios (que no son los seres humanos) se divinice, se trata de saber que sólo los seres humanos son signo pleno de Dios, cada uno de ellos, en especial los marginados, oprimidos, expulsados. En esta línea, algunos han acusado a H. Küng de teólogo burgués, en el sentido negativo de esa palabra. No soy quién para mantener esa acusación, pero pienso que él debería haber destacado más esta primera “llaga” de la Iglesia, que es la llaga de la humanidad sangrante. Ciertamente, la Iglesia ha realizado obras inmensas al servicio de los “pobres”, pero no ha sabido entrar de verdad en la dinámica de la gran “revolución” o renovación social en curso.
2. El segundo problema de la Iglesia es, a mi juicio, la forma en que ha seguido tratando (y marginando de hecho) a las mujeres y a otros grupos “distintos” de personas, pues ha tomado como referencia a los varones y a los varones de una determinada sociedad greco-romana (y luego occidental). Ciertamente, ella ha dicho cosas buenas sobre las mujeres y ha defendido (¡no siempre!) a los indios y distintos, pero lo ha hecho desde arriba, desde el “canon” recto, que está marcado por varones y varones occidentales. Teóricamente, ella ha puesto de relieve la igualdad radical y la dignidad de los hijos de Dios (de todos los seres humanos), en una línea de complementariedad de sexos y de grupos sociales, diciendo que defiende y potencia la dignidad personal de cada uno de los seres humanos, pero, en realidad, lo ha hecho desde una postura de “superioridad”, que es la superioridad de “algunos varones”, sin llegar a encarnarse todavía en la humanidad en su conjunto.
Quizá H. Küng no ha visto de manera suficiente este problema que, siguiendo el impulso del Jesús, exige hoy unos cambios que en otro tiempo parecían imposibles, por la dinámica cultural y económica de la sociedad. No basta con admitir una democracia formal, que es necesaria como él sabe, y que parece que una iglesia jerárquica no admite ni vive todavía. Supuesta y admitida ya esa democracia (cuando se admita de hecho), la Iglesia debe ser lugar donde se potencian los valores personas de cada uno (mujer y varón) y los valores culturales de cada grupo, en una línea de inculturación que no se vive de hecho todavía, pues hay muchos que siguen diciendo que la Iglesia es una institución colonizadora (colonizadora de mujeres, de grupos etc.). No sé si esta acusación es válida del todo, pero hay que tenerla en cuenta.
3. El tercer problema de la Iglesia es, a mi juicio, la falta de acercamiento a los niños y a los jóvenes, es decir, a la nueva generación de personas que están creciendo en un ambiente distinto al de otros siglos, no para adaptarse simplemente a ellos, sino para ofrecerles unos espacios de vida y pensamiento en libertad. Son muchos los que piensa, especialmente en occidente, que la Iglesia se ha hecho “vieja”, es institución de viejos, conservadora de museos vivientes. Ella se ocupa un poco de los niños, pero pronto, cuando esos niños se abren tras la pubertad a la primera juventud, ellos dejan casi masivamente la Iglesia. ¿Por qué? Es evidente que el Papa no tiene la culpa de esto. Estoy convencido de que no la tiene el Evangelio.
Tengo la impresión de que las propuestas de H. Küng forman parte de un tren que ha pasado ya hace unos años por la estación de la vida. El tren actual me parece que va en otra línea. Por otra parte, la misma pederastia de algunos miembros del clero nos hace recordar que hay algo que falla en esta línea. No es que los curas sean peores que los otros, nada de eso. En su mayoría son quizá mejores (o tan buenos). Pero hay algo que falla en la relación de la Iglesia con la niñez y juventud.
En este campo no basta con “castigar a los culpables”, como el resto fueran sanos, como si el conjunto de la iglesia fuera intachable; una actitud de puro justicialismo y revancha denota la falta de seguridad de “los otros” (que seríamos nosotros). Se trata de llegar a las raíces del problema, que posiblemente tiene algo que ver con la composición actual del clero y, sobre todo, con un tipo de hiato que se ha formado entre gran parte de la iglesia la niñez y juventud.
4. El cuarto problema puede ser la falta de sentido, el oscurecimiento del misterio, entendido como experiencia religiosa radical. Estamos entrando en una humanidad (y en una Iglesia) que ha perdido las claves/llaves de la religiosidad anterior, de manera que son muchos los que buscan el agua del Espíritu en otras fuentes. Una parte considerable de los miembros del clero parecen haberse vuelto funcionarios de un tipo de sacralidad que no responder a las necesidades del tiempo, ni (quizá) a las raíces del evangelio. No sé si la culpa la tiene el tipo de cultura material y hedonista que estamos formando, no sé la culpa la tiene el puro materialismo de un ambiente donde un tipo de antiguos valores humanos se apagan. Pero tengo la impresión de que la Iglesia está dejando de ser transmisora de contemplación, es decir, del gozo de que haya Dios, o, dicho de otro modo, de que Dios sea (es decir, de que la Vida sea misterio). Sea como fuere, en muchos lugares, la Iglesia ha dejado de ser espacio de misterio.
Este problema no lo puede resolver el Papa, ni las estructuras de la Iglesia, ni los cambios democráticos. Este es un problema de humanidad, que se ha extendido precisamente en Occidente, y de un modo especial en los lugares donde habría “triunfado” el cristianismo. Es evidente que una Iglesia donde han crecido hombres y mujeres Juan de la Cruz y Teresa de Ávila no tiene la culpa de ellos. Pero me parece claro que el oscurecimiento del aspecto contemplativo de la vida de la Iglesia es uno de los elementos más importantes de la crisis actual.
5. También es importante el problema de la falta de celebración en comunidad. No se trata sólo de que la Eucaristía se celebre de cara o de espaldas al pueblo, en rito tridentino o vaticano. Hay algo mucho más hondo: una parte de las ceremonias de la iglesia han perdido densidad, de manera que el pueblo ya no celebra en cristiano (no celebra el misterio de Dios, en la línea de Jesús), a no ser (en algunos países) en los ritos de la religiosidad popular (algunas procesiones, santuarios), que, estrictamente hablando, no están controlados por la jerarquía de la iglesia.
En esta campo, son muchos los que piensan que reformas que propone la Congregación de Ritos parecen casi ridículas frente a la inmensidad del problema de un viejo pueblo cristiano que se ha quedado sin ritos, es decir, sin celebración cristiana y humana, en manos de una banalización extrema de los ritos de televisiones y circos mediáticos. Se está hundiendo el gran barco de la celebración cristiana, mientras que algunos de sus “responsables” discuten sobre minucias de vestimentas, latines y rúbricas que sólo importan a algunos añorantes de un pasado que no volverá. Es muy posible que el pueblo enseñará a celebrar en cristiano a unos clérigos que, en gran parte, ya no son verdaderos celebrantes.
6. Es fundamental y sangrante el tema de la soledad en que viven millones y millones de personas, que han perdido unas referencias anteriores, que les ofrecía la Iglesia, y han quedado en manos de unos ideales sustitutivos, que muchas veces no les llenan (ni responden a sus inquietudes) o abandonados a sí mismos. Ciertamente, la libertad actual es necesaria y es buena; en esa línea, una mayoría de cristianos se sienten “autónomos” y no aceptan sin más un tipo de normas de la Iglesia (sobre todo en algunos ámbitos de la moral) y eso es muy bueno. Pero después se encuentran muy solos y la Iglesia ya no ofrece espacios de comunicación personal donde puedan encontrar y compartir el sentido de la vida.
Ciertamente, los tiempos han cambiado y eso es bueno. La Iglesia ya no es “todo” como era hace cincuenta años en algunos lugares de España y de Occidente. Ella no organiza ya todas las fiestas y las ceremonias sociales… y eso es bueno, muy bueno. Pero, dicho eso, debemos pedir a la Iglesia que sea espacio de compañía para muchos que viven solos, muy solos, entre la depresión y las “drogas” legales o ilegales, de farmacia o de estraperlo.
7. En la Iglesia hay finalmente un problema radical de autoridad o liderazgo. El problema no es que el Papa sea más o menos carismático de imagen (como podía serlo Juan Pablo II), sino de que el conjunto de los obispos y presbíteros de la Iglesia (al menos en occidente) han perdido un tipo de liderazgo carismático que se supone que debían tener, para actuar como representantes del Evangelio de Jesús. Jesús protestó contra el “poder sagrado” de los sacerdotes de Jerusalén, a quienes condenó (como hicieron otros judíos de su tiempo) con las palabras más duras que hoy podemos imaginar, precisamente por su falta de liderazgo humano. Algo de eso sucede en nuestro tiempo.
La solución no está en cambiar algunos obispos o en celebrar simplemente un nuevo Concilio, la solución no está en que se “ordenen” casados (¡cosa que ha de hacerse hoy, no mañana!), ni en que se “ordenen” mujeres, cosa que debía haberse hecho ya… Lo que importa es el surgimiento de una generación nueva de pastores (o, si se prefiere, de líderes y testigos), con celibato o sin celibato, varones o mujeres, que surjan de las comunidades y que sean capaces de animarlas, no como “sacerdotes” por encima de esas comunidades, sino como hermanos y animadores del gran “pueblo sacerdotal” que es la Iglesia.. No parece que, por ahora, se estén dando pasos eficaces en ese campo, a pesar de que oficialmente se esté celebrando el año internacional del sacerdocio, que parece dirigido a poner unos “parches” que rasgarán el viejo vestido de la Iglesia, más que a buscar el traje nuevo del que habla el evangelio (Mc 2, 21-22).
(Seguirá pasado mañana, con algunas propuestas... que tendrán en cuenta las aportaciones y comentarios de los lectores del blog, a quienes agradezco de antemano colaboración, especialmente a los que piensan de forma distinta a la mía).

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